domingo, 14 de febrero de 2010

Un día de mi vida.



Eran aproximadamente las 9:40 de la mañana, de un día casi perfecto de escuela, el plantel se llenó de color rojo, corazones, convivíos y lo mejor de todo el amor estaba en todas partes; las parejas mas enamoradas del lugar se demostraban su pasión a través del sollozante suspiro de sus almas que lentamente penetraban una en la otra, otros capturando el ánimo de sus seres queridos por medio de una fotografía, y la gran mayoría, intercambiando afecto por medio de pliegos de papel con alusivos dibujitos a uno de los días más comerciales del año en donde la mercadotecnia se luce anualmente para atraer la atención de cariñosos consumidores coercitivos. Al ver a mi alrededor veía parejas de chico con chica, chico con chico y chica con chica, todo esto me hacia reflexionar sobre las absurdas teorías que se tenían en el pasado acerca del amor, y del como los veteranos tenían miedo de demostrar su afecto, me hizo pensar que esas sólo eran irracionales creencias del engaño expuestas sólo por un miedo incongruente, ya que por mucho tiempo nos hicieron creer que era malo dar un beso a impulso, que era malo abrazar a quien amas sólo por ser del mismo sexo , que era malo gritar a los cuatro vientos un “te quiero”, el famoso “te amo”, incluso el “te deseo”.

Pero en fin, conforme fue pasando la mañana me dispuse a colaborar con mis compañeros de la facultad de comunicación en la actividad que se nos había designado para llevar a cabo la quermés anual de la universidad. Nos tocó auxiliar en el área del sonido con una picara actividad que consistía en dedicar canciones a los alumnos siempre y cuando se pagara por ello. Como no estábamos bien coordinados hubo mucha confusión a la hora de poner las pistas, pero afortunadamente pudo más la labor en equipo lo que hizo que todo saliera casi a la perfección.

Sin embargo, algo dentro de mí no me dejaba en paz, era como un inmenso lamento, como una desagradable descarga eléctrica dentro de mis pulmones, llegué a pensar que era a causa el tabaco, de ese maldito vicio repugnante que no he podido dejar desde aquel diciembre en el que mi corazón fue desgarrado por un desencanto amoroso, pero esta idea se aparto de mi mente en el momento que giré al lado derecho de la explanada y era justo ahí junto a una pequeña jardinera donde encontré la razón del por que me sentía de esa forma, no era a causa del cigarro, mucho menos a causa de la fatiga que me cargaba tras una semana intensa de trabajo y actividades escolares, no, no era eso, era la desdicha de no estar a lado de una persona que llego a mi vida, de una persona que no se ni como, se metió en mi mente y regreso a mi corazón la ilusión de creer nuevamente en ese sentimiento que todos a mi alrededor compartían en ese instante, me refiero a estar nuevamente enamorada.

Y ahí me encontraba parada en las escaleras de la explanada mirando con aquella atención a esa persona a la cual podría describir con mil palabras pero que habitualmente sólo lo llamo amigo. Caminé, y metros antes de llegar a él, di un paso hacia atrás y recordé aquel diciembre, en el cual mi esencia caminaba por un tálamo lleno de sombruelas ardientes que sólo lograron destruirme en un santiamén. Decidí bajar la mirada y al voltear a la pequeña jardinera él ya no estaba ahí. Me sentí defraudada por mi misma al no tener el valor de acercarme, pero me pudo más el miedo de volver a decaer en un desamor, y fue en ese momento, en esa mañana de febrero, cuando precipitadamente comprendí a los veteranos.

La vida es inexplicable, nadie nos enseña como vivirla, sólo seguimos un status, un ridículo y perpetuo status. Puede que sientas que logras romper esa imperecedera línea social pero cuando menos lo imaginas, te das cuenta que sigues siendo parte de un todo, un todo natural, un todo inexplicablemente quimérico.


AngyeBeltran